El ojo eterno de Estambul: Ara Güler y su legado visual que inmortalizó Turquía

Antes de capturar con su lente la esencia de Turquía, Ara Güler proyectaba películas en el antiguo cine Yıldız de Estambul. Su pasión por las historias lo llevó a estudiar teatro, inspirado por los actores que visitaban la farmacia de su padre. Pero fue el cine, y luego la fotografía, lo que definió el destino de este observador incansable de la vida urbana. “Una fotografía también tiene una puesta en escena”, decía Güler en The Eye of Istanbul, el documental de 2015 que repasa su vida. “Una fotografía tiene fondo”. Y nadie supo componer ese fondo como él.

Güler, apodado cariñosamente «el Ojo de Estambul», falleció a los 90 años, dejando atrás un archivo monumental que documenta una Turquía en transformación. Sus imágenes en blanco y negro de los años 50 y 60 –barrios de madera, caballos tirando carretas, pescadores sobre el Cuerno de Oro– no sólo capturaron la ciudad, sino también el alma que se escondía entre sus ruinas. Para el Nobel Orhan Pamuk, quien incluyó sus fotos en su libro Estambul: Memorias y la ciudad, Güler fue capaz de “atrapar la poesía del derrumbe” mientras la vieja Estambul se desmoronaba.

Nacido en 1928 en una familia armenia cristiana, Ara comenzó su carrera en el diario Yeni İstanbul, retratando la vitalidad multicultural de su querido barrio en Taksim. Fue el primer corresponsal en Medio Oriente para Time-Life, llevando a los ojos del mundo una Turquía compleja, digna y profundamente humana. Recorriendo las calles de Beyoğlu con paciencia casi zen, esperaba “que la vida formara su propia composición”. Contaba entre risas que una vez esperó hora y media solo para que un gato cruzara el encuadre: “¡Maldito gato!”, bromeaba.

Entre su obra más conmovedora están sus retratos de la clase trabajadora. Niños abrazando hogazas de pan, o jugando mientras se aferran a un juguete convertido en arma, muestran el cruce entre inocencia y supervivencia. Pero también hay esperanza: los pequeños que captó durante las celebraciones del Día Nacional del Niño (23 de abril), decretado por Atatürk, aparecen riendo, con los brazos en alto, como si fueran un ramo de alegría en movimiento.

Güler nunca se consideró un artista; prefería el título de reportero gráfico. Aun así, fue un romántico visual. Fotografió desde derviches girando hasta los rostros de Salvador Dalí, Sophia Loren, Picasso y Hitchcock. Su archivo, con más de un millón de negativos, apenas comienza a descubrirse. Hoy, su legado vive en el museo inaugurado en su honor en Estambul, y en cada fotógrafo que aún cree que una buena imagen puede contar más que mil palabras. Porque como dijo Güler, cada encuadre tiene su historia. Y él, más que nadie, supo contarla.

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