A caballo y con un perro: los que aún buscan en Texas

Por [Alexander Bonilla]

Condado de Kerr, Texas – julio de 2025

El sol se cuela entre los robles retorcidos del centro de Texas, y las botas de los hombres se hunden aún en barro húmedo. Ranger, un caballo de pelaje oscuro, avanza despacio por una ladera. Lo monta Michael Duncan, 55 años, quien no lleva uniforme ni identificación oficial. Sólo un sombrero de ala ancha, una camisa arrugada por el sudor, y la voluntad firme de buscar.

El río Guadalupe ha vuelto a su cauce, pero no del todo. Todavía huele a río desbordado, a vida revuelta, a lodo viejo. Todavía hay cuerpos que no han aparecido. Algunos, nadie los ha reclamado. Otros, como los de 27 niñas arrastradas por la corriente desde Camp Mystic, se buscan con desesperación contenida.

Caballos, perros y silencios

Duncan no está solo. Lo acompañan unos treinta voluntarios montados a caballo, vecinos de la zona y otros que vinieron desde Austin. A campo abierto, cruzan maleza y escombros, buscando señales. Cualquier cosa. Un bulto. Un color. Un olor.

En la orilla, un grupo de jóvenes recoge cubrecamas, baúles, juguetes de niñas que el agua no logró llevarse del todo. Los techos de las cabañas aún tienen barro. Las paredes también. El lodo subió más de metro y medio, lo suficiente para borrar el color de las cosas.

“Con el caballo, tengo ventaja”, dice Duncan. “Puedo ver más lejos. Y llegar a donde nadie puede a pie.”

En una zona de terreno más blando, otros escarban. No con desesperación, sino con ese cuidado grave que tienen quienes entienden que debajo puede haber alguien. Usan palos largos. Con ellos revuelven montículos de tierra apelmazada, ramas amontonadas, ropa seca.

Unos lentes de natación. Un balón. Un zapato infantil. Objetos que alguna vez fueron parte del verano.

Abby

Cuando el instinto humano no basta, entra Abby. Tiene 8 años, pelaje claro y mirada enfocada. Es una pastor belga malinois, y su guía, Tom Olson, no habla mucho cuando trabaja. Dice que Abby “funciona como un sonar”. Él, como Duncan, también tiene 55 años. También arrastra la tristeza con pasos firmes.

En esta jornada, Abby no encuentra nada. Pero dos días antes sí. Señaló con el hocico tenso dos puntos precisos. Dos cuerpos. Ambos fueron recuperados.

“Cuanto antes los encontremos, antes las familias podrán tener un cierre. Y nosotros también. Hay una deuda mental, emocional, que se paga con cada hallazgo”, dice Olson.

Lo que vuelve

En Hunt, Kerrville, Ingram, Center Point, los camiones de la compañía eléctrica vuelven a alzar postes. Los cables se tensan. Las luces se encienden. La vida, poco a poco, trata de hacer como el río: regresar.

Pero el río no vuelve igual. Ni la gente tampoco.

Duncan mira la ribera desde la altura de su montura. “Uno siente un montón de tristeza cabalgando por aquí”, dice. “Pero también es increíble ver cuánta gente viene a ayudar. La mayoría lo hace sin que se lo pidan. Eso te recuerda que todavía hay humanidad.”

Y mientras el caballo avanza entre el polvo, alguien, más abajo, encuentra un peluche atascado en una rama. Lo sacude con cuidado, como si pudiera devolverle algo de su forma original. No lo logra. Pero lo guarda igual.

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